lunes, 11 de enero de 2016

David Bowie una leyenda musical; fallece a los 69 años

Artistas y autoridades del mundo alaban la creatividad del genio, que al hilo de su cumpleaños había publicado disco recientemente su Vigésimo Quinto albúm, "Star Star".

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 Reacciones tras el fallecimiento del artista británico, desde Ai Weiwei a Madonna, siguen sucediento tras su suceso".


El mundo sintió la partida física del músico multiinstrumentista David Bowie, y es posible que en muchas partes de el,  si muchos de distintas generaciones no le conocieran, por las noticias y ceremonias de su partida, se enteraran, o reconfirmaran muchas informaciones sobre su importante trascendencia e influencia, y una bien ganada reputación efectiva en respeto y admiración


Sucesos de una vida vivida sin espantos, a todo babor.  Errores y ensayos de un humano experimentador.  Un legado de arte y ciencia, una vida dedicada a la música, al arte, al Pop-Rock, a su familia, y a si mismo.

Las líneas a su nombre, como este interesante  reportaje, inextenso de la “ABC Cultura Música”,  presumen de la existencia de un músico, que se convirtió en uno de los artistas más grandes en su género, un genuino y voraz buscador de la realización, talentoso extraordinario, y escultor de  una estética natural exaltada con intuición, sensibilidad, y creatividad.

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.«He dejado correr salvajemente mi imaginación». Así resumióDavid Bowie su fascinante carrera en la música, la escena y hasta la estética, antes del enmudecer para las entrevistas tras un infarto en Alemania en el año 2004, que lo llevó a una angioplastia de urgencia en Hamburgo. En 2006 ofreció su último concierto, tres canciones en un bolo caritativo en Nueva York. Desde entonces habitaba en el silencio y el enigma en Manhattan, donde residía mayormente junto a su mujer, la modelo somalí Imán. Su matrimonio ha sido un éxito de 23 años, que viene a confirmar que la bisexualidad glam fue otra de las máscaras del Camaleón: «Siempre he sido un heterosexual cerrado», declaró en 1983 a«Rolling Stone».

David Robert Jones, que así se llamaba al nacer el 8 de enero de 1947 en Brixton, ha tenido una carrera tan sorprendente y provocativa que sus agentes tuvieron que confirmar que su muerte «no es un truco» comercial al hilo de su nuevo disco. El pasado viernes, el día que cumplió 69 años, publicó «Blackstar», un disco de talante experimental junto a un quinteto de jazz, saludado con excelentes críticas. Tras diez años de silencio musical, había retornado en 2013 con «The Next Day», un gran éxito de crítica que le proporcionó su primer número uno en 20 años en el Reino Unido. Era una obra melancólica, en la que se palpaba el lamento por la vida que se escurre y cierta nostalgia del vigor de antaño.
Bowie no ha muerto por sus problemas cardíacos, fruto sin duda de una relación casi maníaca con el tabaco, sino por un cáncer, contra el que dio «una corajuda batalla de 18 meses», según el comunicado que ha aparecido hoy en sus páginas oficiales. Añade que falleció «rodeado de su familia y en paz» y piden respecto a la privacidad durante el luto. Su hijo, el cineasta Duncan Jones, autor de la excelente «Moon», al que de niño por epatar sus padres llamaban Zowie, confirmó la noticia en su cuenta de Twitter: «Muy apenado siento decir que es verdad».

Lamentos

Los lamentos tuiteros se agolpan desde todos los ámbitos, empezando por David Cameron, el primer ministro de su país: «Crecí escuchando y viendo el pop del genio David Bowie, un maestro de la reinvención, que se mantuvo en la línea correcta. Una inmensa pérdida». El poderoso rapero Kanye West reconoce que fue «una de mis mayores inspiraciones». Marc Almond, cuyo cabaret gay tanto le debe, reconoció que había «llorado lágrimas de verdad». El actor Russell Crowe lo define como «uno de los grandes artistas que han vivido» y el arzobispo de Canterbury,Justin Welby, se declara «muy triste», «me recuerdo escuchándolo y dándome cuenta de lo extraordinario que era, lo que hizo y el impacto que tuvo, era una persona excepcional». No es un balance menor para un muchacho flaco de suburbio al que su madre, camarera, quería emplear como electricista cuando empezaba a zanganear con bandas de skiffe y rock.

Se reconocía un poco existencialista y muy admirador de Camus, «me siento cómodo con él»
Si algo define y separa a Bowie de otros artistas del pop y el rock es su condición de artista con mayúsculas, que se resume en las palabras inquietud y creatividad. Nunca se acomodó y siempre quiso explorar y avanzar, hasta el final. Camaleónico y también un astutísimo plagiador de las ultimas tendencias. De cara al exterior, lo que llamaba muchas veces era el tobogán de su rutilante carcasa estética, a veces provocadora, pero detrás había otras constantes: «Los pantalones pueden cambiar –explicaba- pero las palabras y temáticas que siempre he elegido para escribir son el aislamiento, el abandono, el miedo, la ansiedad y los puntos culminantes de la vida de uno». Lector voraz y dueño de una extraordinaria biblioteca, llevaba muchos libros a cuestas en sus giras y se reconocía un poco existencialista y muy admirador deCamus, «me siento cómodo con él».
Bowie, que salió de una de las fértiles escuelas de arte de la Inglaterra de los primeros 60, no solo fue un cantante, un saxofonista y un compositor, de manera reiterada intentó una carrera actoral, siempre un pelín insatisfactoria. Asumió retos tan exigentes como «El Hombre Elefante» en las tablas de Broadwaydurante tres meses y hasta actúa en la última -y lamentable- película de Marlene Dietrich, «Just a gigolo». Podía presumir de haber rodado con Scorsese («Pilatos en su Cristo») y Nagisa Oshima, pero aceptaba roles tan inexplicables como el de árbitro en un duelo de modelos en el astracán «Zooelander».

Muchos David Bowie

Musicalmente hay muchos David Bowie, todos interesantes. El del despegue en cohete en 1968, el hippy de «Space Oddity», con el Comandante Tom aislado de la Tierra, su primer número uno. El alienígena glam de «Ziggy Stardust» en 1972, un bisexual provocador al que tras un extraordinario álbum sostenido por la guitarra de Mick Ronson mata rápidamente, para seguir avanzando y descubrir en Estados Unidos, entre mucha más cocaína de la debida, lo que bautiza como «plastic soul». Allí le da el primer triunfo «Fame», una canción compuesta a medias con John Lennon y con su escudero de años en las guitarras, Carlos Alomar.

En 1977, cuando Londres comienza a alborotarse con el punk, él se muda sigilosamente a Berlín
El Bowie estadounidense, flaco hasta lo enfermizo, sostenido por el fuel de las drogas, está a punto de reventar, y entonces acomete el movimiento más audaz y fructífero de su carrera. En 1977, cuando Londres comienza a alborotarse con el punk, él se muda sigilosamente al sombrío Berlín del Muro para investigar, crear extrañas cortinas de sonido bajo el padrinazgo de Brian Eno, añadirle una carga de experimentación y peso intelectual a su carrera. El fruto es la trilogía de Berlín: «Low», «Heroes» y «Lodger», para la crítica más sesuda su cénit, aunque otros no renunciemos a los caramelos de su cara más pop.
De vuelta de Berlín, Bowie ordena y manda en la naciente plataforma de los vídeo-clips con el disco «Scary Monsters» y el maravilloso vídeo de «Ashes to Ashes», donde el comandante Tom regresa vestido de payaso espacial trágico y camina por playas desoladas mientras una viejecilla -que no es otra que la madre del propio Bowie- le da la brasa pidiéndole que se reconduzca.

Los ochenta

Los ochenta. Ay, ¡los 80!: Hombreras, pelo enlacado y barroco, cajas de ritmos y hedonismo dance. Toca nueva careta. En 1983 da un contundente golpe comercial con su disco más pop, «Let’s Dance», donde se chupa el tuétano a chic, con Nile Rodgerscomo productor (el uso sagaz del talento ajeno es una de las grandes virtudes del genio Bowie). El disco y las giras mundiales que lo siguen lo convierten en epítome del artista pop triunfador.
Pero como a tantos músicos de relieve, como le sucedió a Dylan, la bacanal de frivolidad ochentera le sienta mal a Bowie, que acaba la década con discos repetitivos y más bien vacíos. El desbarre final es «Tin Machine», donde explora el rock más ruidoso, en las orillas del heavy, con palos críticos y comerciales (justificados).
En los noventa coquetea con el drum-and-bass y vuelve a editar algún disco notable, como el «Black tie Withe Noise», que merece una revisión para revalorizarlo. Pero Bowie, el explorador que había abierto tantas sendas, ya no es un artista relevante. Hasta su último truco: el del mutismo, el silencio de diez años en Nueva York, y el retorno triunfal para peleando ya en secreto contra la muerte impartir sus dos últimas lecciones. La postrera la dictó todavía el pasado viernes, con el lanzamiento de su jazz volador y algo chirriante, donde enseña modernidad a los chicos de veinte con un pie ya en la tumba.

Culto y adoración a Bowie

Personalmente, Bowie fue también un personaje. Frío y caliente. Un enorme narcisista cuya primera preocupación fue siempre, desde luego, el culto y adoración de David Bowie. Justo estos días, una ex novia de los primeros sesenta ha editado un libro en Inglaterra donde cuenta que era la casera de David Jones en los suburbios de Bromley, al Sur de Londres. Se hicieron pareja, pero un día ella llegó a casa y se encontró con que una estadounidense de 17 años, Angela Barnett, se había instalado en la habitación del músico, que ni se había molestado en comunicarle que la había dejado.

«Declararme homosexual fue el mayor error de mi vida. Siempre fui un heterosexual cerrado»
Bowie se casó en marzo de 1970 con Angela (que esla famosa Angie de la canción de Jagger, quien según la leyenda también tuvo algún escarceo bi con David). El matrimonio se divorció en Suiza el 1970 y son padres del cineasta Duncan Jones. Bowie inició su relación con Imán, saludada como un capricho y que ha supuesto un matrimonio largo, feliz y con una hija, Alexandra.
En 1972, Bowie se declaró gay en «Melody Maker». Más tarde matizó que hizo una utilización comercial de su audacia homosexual, asombrosa para la época. En 1983, zanjó así el tema en «Rolling Stone»: «Declararme homosexual fue el mayor error de mi vida. Siempre fui un heterosexual cerrado»· La sexualidad fue, seguramente, otro campo más de experimentación de un hombre que odiaba las fronteras mentales.
Espiritualmente, Bowie era agnóstico, «un no ateo», lo llamaba él, que tampoco creía que hubiese «una inteligencia creativa tras el universo». Coqueteó con el budismo y no creía en la verdad de las religiones, pero como esteta lo fascinaba su ritual: «El incienso siempre es poderoso y provocativo, sea budista o católico».

Un niño especial

Niño suburbial, hijo de un empleado de una organización caritativa de ayuda a niños y de una camarera, el Bowie adulto se reconocía un niño especial y lamentaba no haber llevado una infancia de intereses más comunes: «Nunca le di una patada a un balón de fútbol». Pero mejor así. La llegada del primer disco de Little Richard, el single «Tutti Fruti», le voló la cabeza: «Escuché a Dios». Luego llegó el asombro escénico de Elvis y el niño Jones ya no paró. Primero bandas de skiffe, luego rock con bandas de mal futuro, de las que iba desertando sin piedad en busca de su estrellato personal.

Coqueteó con el budismo y no creía en la verdad de las religiones, pero como esteta lo fascinaba su ritual
A los 15 años, un episodio menor contribuyó a darle su imagen de marca al enigma. En una disputa por una chica un compañero de clase lo golpeó y le dañó gravemente el ojo izquierdo. Cuatro meses de operaciones y convalecencia, pero nunca recuperó por completo la visión y le dejó una extraña pupila dilatada. Esa mirada bicolor fue luego el sello por donde arrancaba la extrañeza de Bowie. Mantuvo la amistad con el agresor, que incluso se encargó de la imagen de sus primeros LPs, lo que habla bien de él.
Bowie se va y deja lo que hay que escuchar, sus canciones: «Changes», «Space Oddity», «Rebel-Rebel», «Heroes», «Let’s Dance»… Se calcula que en su carrera ha vendido casi 140 millones de discos. Fue también un cantante soberbio, capaz de pasar sin transición de las honduras del barítono, su territorio natural, al falsete. Tabaco y una juventud química deterioraron la salud de quien a los 69 parecía que estaba empezando otra vez.

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