viernes, 16 de septiembre de 2011

Sobre Facundo Cabral



María Luisa Estévez
Santiago.-

Sobre Facundo Cabral:

 “Yo espero que cuando la Muerte venga a buscarme, me encuentre Totalmente Vivo.”. Facundo Cabral. 

Facundo hablaba de muchas temas de la vida, hacia referencia y consciencia critica sobre aspectos del ser, y situaciones de tiempo, y espacio, eso era lo que le caracterizaba como persona, su genosidad al compartir su psicología, su estructura mental; esa facultad de decir lo que pensaba, que le generaba simpatía y confianza.

Porque es muy humano conversar, de hecho es una característica o facultad única del hombre, además cada ser que ha trascendido en algo, tiene de alguna manera, el deber, como decía el profesor Juan Bosch, de compartir sus experiencias en la vida, y porque en cierta forma, se desconfía del que no lo hace. Y el respeto le vino de hacerlo de tal manera que causaba impresión memorable.

Así que si alguno lo hace  sobre si mismo, y sus aprendizajes, y lo hace con tal destreza,  ofrece lecciones de valentía y coraje, de sapiencia y honorabilidad, de nobleza, y de generosidad. De independencia y de seguridad, y todo eso es admirable y singularidad

Con la muerte de Facundo se ha herido la paz, aquella que tanto el divulgó. Los miserables asesinos no merecen siquiera la atención de la mirada, si no fueran tan peligrosos nos darían lastima. Equivodos están, pues no pueden matar, no mataran la libertad, la paz, el canto.

Objetivos tan inocuos y errados como Facundo Cabral, convierte a los asaltantes en criminales sin categoría,  en ratas infecciosas, no valen la pena de nada, si acaso de ráfagas de fuego y azufre para aclimatarlos, porque  son criaturas abominables, sin naturaleza, como lo que hacen. Según, los padres del Conductismo psicológico, John Watson, y Wilhen Wundt, el comportamiento del hombre, lo que es, se mide por lo que dice y lo que hace, y con  ese abuso, no dicen nada. Luego, no son nada más que miseria y escasez.


La muerte llegó  a los benditos pies de Facundo Cabral y le convirtió en inmortal, con tinieblas, confusa, repentina. Impetuosa, traumática. Cómo si estuviese enojada de llevarle, pero como si fuera preciso, para acabar con la oscuridad, quizás para mostrar su imperio, para dar paso a nuevas períodos.

El hubiese querido que la muerte le buscara totalmente vivo, era una metáfora, quizás ni siquiera llegara a ser un anhelo, Pero el cielo, o la tierra tenía otros planes, que para nada concomitaban, ni diferían a los suyos. Consistían en enviarlo al cielo, a la perpetuidad del pensamiento infinito, en un viaje que iniciaría desde lo recóndito de lo fortuito, sorprendiendo a la noche, espantando al instinto.

Con el sermón del llanto empezaron en el las ansias de parodiar. Sucintos sermones de montes y valles, predicas de temas conformes a las angustias de los avatares del ser, a la angustia existencia, y a las injusticias, incoherencias, cursilerías, y falsedades de las sociedades modernas. Era un crítico, un inconforme cuyas aspiraciones solo se colmaban con la escasa mesura del sentido común, de la equidad, la justicia, y la paz.

Probablemente nada en especial, y todo, fue lo que generó en el tales ansias,  quizás fue una degeneración de los primeros actos, de fe, principios, y valores, y luego entones constituyó material literario de análisis y reflexión, como el padre nuestro, las bienaventuranzas, de exhortar, sobre la base de la propia experiencia de felicidad, a seguir los caminos que conducen a ella.

Rodolfo Enrique Facundo Cabral. Puede ser cualquiera, pero fue el, cantautor, trovador, pensador, filósofo, y crítico social, animador cultural, escritor, emigrante,  poeta caminante, obrero de los días,  emigrante, productor, expulsado, y acogido.

El Facundo Cabral, libre pensador, un hombre libre, un fajador, un buscador, un luchador, un bohemio, un ausente, independiente, austero. Ecologista, economista, administrador de reflexiones, su valor es equivalente a la medida de las vidas que tocó, a todo el que supo de el, le leyó, o le escuchó.

De hecho mucho vivió, largo pasó, hasta que pronto a fuerza de la intensidad de lo experimentado, fue un confidente, un conversador. Un sufrido, dolido, abandonado, superado. Reformado, instruido, burlado, burlador, asesinado.

Cuando se fugó, ya estaba  atrapado en su libertad, ya era preso de su clarividencia, sin embargo nunca le abandonó la huella de maltratado, de la insatisfacción, de la displicencia.

Es que ser tu mismo cuesta, tiene su precio, normalmente, te convierte en piedra, sin embargo  a el, el fenómeno le llevó a ser mensajero de una era. De marginal, a afamado, e importante, a personalidad.

El enviado especial  vino en medio del dolor, de las dudas, incertidumbres y rechazo, le marcaron el carácter, y siempre sintió el dolor de la vida, de los pobres, de la miseria, de las vicisitudes, de las tragedias, de las mudanzas forzadas, de las fiestas ajenas, y de los derroches licenciosos, de los garrotazos, de las amenazas, de las dadivas, y de la desesperanza. De la discriminación, de la división, y de las agresiones.

Hasta que conoció las letras, las palabras, la música  y las canciones, y trajo mensajes y vivencias propias y ajenas, aprendizajes logrados a fuerza de ímpetu y pena, y trajo trovas, y encontró coros, amistades, caminos, e hizo leyenda. Un intrépido convertido en símbolo de la amistad, en espécimen de quijotismo.

A quien le ayudó en momentos de desesperación siempre le recordó, menciono y amo. Los convirtió en personajes de sus cuentos y fábulas. Esto le revelaba como un agradecido de las memorias de la vida, le retribuiría entonces esta el favor de la correspondencia.   

Al fin y al cabo, a  Facundo le aliviaron las penas, le convirtieron en sagrado, en venerable.
Le enviaron a la tierra de los benditos. Se llevó el mal de la hora maldita, y peor para la esfera, porque a Facundo le dolería su padecimiento,  culpa, y anatema.

 Ha dejado la música, ha dejado el canto, ha dejado la trova, las letras, los mensajes, la rabia, el silencio, la amargura, la alegría, la amistad, la sangre. Lo ha dejado todo. Y nos ha dejado el recuerdo del sermón: “Bienaventurados los que sufren porque de ellos es el reino de los cielos.”

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